29 de mayo de 2007

Palabras y sentidos

Mejoremos nuestro idioma
¿Por qué cambia el sentido de las palabras?
Róger Matus Lazo

Dice el padre Félix Restrepo que las palabras representan las cosas y expresan fundamentalmente ideas y sentimientos. Si estos tres elementos - cosas, ideas y sentimientos - no cambiaran, no habría razón para justificar el cambio de las palabras y su significado; pero como las cosas, las ideas y los sentimientos están en constante proceso de innovación y cambio, el lenguaje sufre también esos cambios para expresar y representar con mayor precisión y coherencia la realidad.

Causas del cambio
Hemos visto cómo las palabras, desde el punto de vista lingüístico, cambian de significado de acuerdo con procedimientos distintos: transferencia de sentido (la araña no es solamente el arácnido sino también una lámpara); elipsis (la ciudad capital de Managua es simplemente " la capital "); olvido etimológico (una alameda ahora puede ser de acacias o cocoteros); onomatopeyas (creamos palabras imitando el sonido que producen las cosas; préstamos (las lenguas se enriquecen con vocablos de otros idiomas: líder, frac, superávit, etc.); derivación y composición (formamos nuevas palabras agregando partículas a vocablos existentes: carbonizar, hazmerreír, etc.). Sin embargo existen también otras razones que motivan el cambio de sentido de las palabras.

Causas históricas
La realidad cambia y en esa realidad están contenidas la ciencia, la técnica, las instituciones, los valores y las costumbres. Algunas cosas cambian con el tiempo, pero conservan su nombre original. Es el caso de fusil, que deriva su nombre de la piedra que producía la chispa, y que ahora denominamos así a cualquier arma de calibre largo, que funciona con cápsulas, aire comprimido o resorte. Lo mismo podemos decir de pluma, que no necesariamente es de ave, o del papel, aunque no sea una hoja de papiro. Es una evolución del referente.

Muchas cosas antiguas desaparecen (trajes de guerreros, máquinas de guerra, instrumentos de labranza, etc.), porque dejan de usarse, y con ellas también las palabras (arcaísmos). Por ejemplo, la loriga (armadura que protege el cuerpo), que encontramos en las obras de Homero; o el yelmo (armadura que protege la cabeza) que todavía leemos en El Quijote. Cátedra designaba el asiento que ocupaba el maestro; actualmente, ha pasado a designar el cargo académico que desempeña y la materia que enseña el catedrático, y nadie piensa ante la silla que se le destina en el aula, que se trata de una cátedra.

La creación de nuevas cosas da lugar a nuevas palabras (neologismos), como: oleoducto, cosmonauta, alunizar, computadora, radiotelevisión, etc. Y las cosas antiguas adquieren nuevas aplicaciones y conceptos: el madero puede actuar como viga, poste, solera; la antigua alquimia es sustituida por la química; la astrología por la astronomía, etc., etc.

Causas sociales
Las palabras que emplean los diferentes grupos sociales - profesiones y oficios en general - presentan características particulares relacionadas con la cultura, los modos de vida y en especial con la actividad económica y técnica del grupo. Incluso, las palabras pueden ver restringido su empleo por un grupo social o verlo ampliado a otros grupos, con lo que cambia su significado. Así, la palabra operación tiene sentido diferente para un cirujano, un militar, un comerciante o un matemático. El cambio de sentido (o préstamo social) opera de dos maneras. Una palabra especial, propia de una profesión u oficio, puede ser adoptada por toda la comunidad lingüística. Tal es el caso de arribar, vocablo (náutico) que originalmente significaba " llegar a la ribera " y luego se generalizó de modo que ahora implica también " llegar a cualquier parte ", y no precisamente a la orilla o ribera.

Es lo que se denomina generalización. Son ejemplos de este fenómeno también los vocablos azorar (se) y amilanar (se), creado por los cazadores de cetrería, para expresar el sobresalto producido en las aves de caza por la presencia del azor o del milano, respectivamente. Al pasar estos términos a la lengua general, el sentido se amplió para significar: sobresaltarse, conturbarse, asustarse cualquiera, por cualquier causa.

La otra forma del préstamo social es el proceso inverso a la generalización: la especialización. Es una restricción o reducción del campo de referencia al cual se aplica la palabra. Por ejemplo, el vocablo laborar tenía un sentido genérico de " trabajar una materia, haciéndola cambiar de estado o de forma". Ahora significa "trabajar en un oficio".

Causas contextuales o lingüísticas
Si una palabra aparece con mucha frecuencia junto a otra, esa relación contextual puede funcionar como un "contagio" de significado, de tal manera que la primera adopta como propio el significado de la segunda. Es el caso de los "verdes" (los billetes verdes= los dólares); el "gordo" en la lotería (un hombre gordo es el icono del premio mayor).

Causas psicológicas
Los tabúes, eufemismos y disfemismos intervienen también en los cambios de sentido. Tabú es una palabra polinesia que significa sagrado, prohibido; y como una palabra es un complejo de asociaciones y valoraciones afectivas, el hablante sustituye aquellas palabras que evocan no solo la cosa, sino el conjunto de circunstancias que rodean y matizan el concepto. Así, el cáncer es una enfermedad mortal que no se menciona en casa del afectado, porque está cargada de juicios peyorativos y despreciativos.

La prohibición responde al conjunto de convenciones sociales (supersticiones, pudor, intencionalidad política, educación, etc.), que existe en toda comunidad. El tabú del pudor obliga a veces a recurrir a los eufemismos (palabra o frase que sustituye a la que se considera tabú para atenuar la realidad que designa) para referirse a las funciones sexuales y fisiológicas: copular es hacer el amor; la amante es la amiga o la sucursal, la preñez es estado de buena esperanza; parir es dar a luz; el servicio higiénico es el baño; orinar y defecar es hacer pipí y pupú. Lo mismo puede decirse de los eufemismos que evitan nombrar a la muerte y sus relaciones: el muerto es el difunto o simplemente él; del que acaba de morir se dice que cerró los ojos; el seguro en caso de muerte se convierte en seguro de vida, porque incluso el mismo muerto ya pasó a mejor vida.

Lo mismo ocurre con los disfemismos, palabras o frases que sustituyen a otras -no necesariamente tabú- que presentan connotaciones humorísticas o despectivas. Así, a la muerte se la llama la pelona, morir es estirar la pata.

Nuestros sentimientos y actitudes nos hacen matizar las palabras primitivas con significados diferentes o sustituir palabras por otras que tengan más relieve en su significación. La tendencia al desprecio, a denigrar y satirizar motiva la utilización de palabras con sentido peyorativo: Coco liso, burro, caballo, gallo-gallina, tortuga, etc. Y cuando queremos indicar que algo nos parece muy bueno, empleamos adjetivos cargados de significación: fenomenal, espectacular, bestial, monstruoso.

1 comentario:

Adelaida Romero Toledo dijo...

Carolina Miranda te ha enviado:

Excelente artículo amiga, pues todas esas razones (el cambio mismo) son las que determinan que una lengua sigue "viva".

Gracias por mantener la atención hacia nuestro idioma. ;-)