Desde niño recuerdo a mi familia congregada en
torno de la paz irrompible del scrabble. Sí recuerdo
el momento. Recordar. Evadirse del presente.
Recordar, simplemente.
Las fichas del scrabble de mi madre eran marrones
y tenues. Hasta hoy lo siguen siendo, pese a que
ahora algunas se han extraviado.
“Tocar una ficha da una sensación agradable: scrabble”.
Aquélla es suave, pues es probable que esté pulida
de la madera del peral. Uno puede acariciarse la
mejilla con ellas.
El tablero del scrabble está como un pretexto sobre
la mesa.
Las sonrisas galantes de mi padre a mi madre. Las
respuestas corteses. El fumar. Y el romperse la
cabeza. Y el probar. Y las opciones simples.
Yo miraba. Pero también alguna vez tuve mi tablita,
que era el sostén de las fichas.
En la hora del scrabble todo se ponía como más
ideal de lo que yo he puesto a mi infancia. Si la casa
entonces, y sus amores, eran perfectos; todo dolor,
con el scrabble, verdaderamente se esfumaba.
Es lo que yo recuerdo en el hogar.
Publicado por César Pineda Quilca (Perú) en 14:55
Enviado por: Tamara Cavazzini
2 comentarios:
Fantástico post...enhorabuena!!!
Qué bonito!
Besos,
Teresa
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