“Tengo estudiados 3.000 verbos”
Horacio Moavro es subcampeón mundial del célebre juego y está tercero en el ranking internacional en lengua española. Comenzó a competir en 1998 e ideó un sistema para recordar algunas de las 660 mil palabras del diccionario.
“Vivo en estado de Scrabble permanente”, admite.
Las letras caen delante de sus ojos. Lo material se desintegra. Hay una realidad virtual que ocurre a la par que Horacio Moavro observa lo que lo rodea mientras vive.
Un ejemplo: camina por la avenida Corrientes, cruza la calle y a un costado, un auto espera el verde del semáforo. Mira la marca. Su cerebro se activa en modo Scrabble. Las letras salen volando, una para cada lado, y giran alrededor de su mente afiebrada, que las acomoda de muchas formas posibles, o quizá de todas las posibles.
“Veo Citroen y enseguida pienso: recinto, cretino, cetrina...”, enumera rápido. Hace un silencio que no entra ni en un pestañeo, y un anagrama más: “Recotín”. Todas las palabras están en el diccionario de la Real Academia Española.
Horacio conoce el significado de cada palabra, pero no es lo que más le importan. Solo necesita recordar las combinaciones de las letras.
“A todos los que jugamos Scrabble a nivel competitivo nos pasa ¿eh? Es una locura. Voy por la calle y armo palabras con las letras que veo. Cuando jugaba al Tetris también me pasaba. Veía caer las fichitas de colores cuando cerraba los ojos”, ríe Moavro, contador público, porteño de 65 años, padre y abuelo, y subcampeón mundial de Scrabble.
Según el ranking global, es uno de los tres mejores jugadores del mundo de la actualidad en la versión del juego en español. Eso explica las consecuencias de vivir, como Horacio, en estado de Scrabble permanente.
Es el capitán del equipo argentino de Scrabble y fue la sorpresa del último mundial, jugado semanas atrás en Buenos Aires, lo que lo hizo saltar del puesto 16 del ranking al top 3.
En el certamen quedó detrás del francés Serge Emig, un ejemplo casi perfecto para entender la perspectiva obsesiva de alguien que vive en ese estado: aunque no habla bien español, conoce de punta a punta el diccionario de la RAE.
Recuerda más palabras que ningún otro. Y las asocia rápido. “Juega muy bien y se comió el diccionario, se lo tragó. Ganó el Pasapalabra en Francia y otro en la TV de España. Es un personaje, profesor de tenis, vive en un pueblito del norte de Francia”, narra Horacio.
El pequeño orgullo para Moavro es que uno de los únicos dos partidos que perdió Emig fue a manos suya. “Yo soy el campeón de los humanos porque Serge no es humano”, parafrasea al tenista Andy Murray.
Moavro, que le debe su pasión al arquitecto neoyorquino Alfred M. Butts, quien inventó el Scrabble en la época de la Gran Depresión, primeras décadas del siglo pasado. -Estaba sin trabajo y se le ocurrió inventar este desafío a partir de una mezcla de sus dos pasatiempos favoritos, los crucigramas y los puzzles.- Durante muchos años Alfred sólo lo usó con su esposa y amigos, nadie se interesó por su invento hasta que a fines de los años 40 salió a la venta y se convirtió pronto en furor.
A casi un siglo de aquello, el Scrabble se juega en más de 30 idiomas.
“Es más que un juego de mesa, es un deporte de la mente, como el ajedrez, el bridge. Tiene un reglamento, hay algunos libros sobre estrategias”, explica en un bar del barrio porteño de Villa Crespo donde, casualmente o no, parte de la decoración del lugar son las letras que conforman el nombre del bar repartidas y desordenadas en repisas.
Moavro comenzó a jugar cuando tenía 10 años. Su tía Ethel tenía un Scrabble y los domingos, después de las pastas, se armaban partidos en familia. Horacio ya mostraba talento y voluntad competitiva. Pero fue a los 15, en las playas de Miramar, mientras jugaba con sus amigos del Colegio Pellegrini, que dio el primer salto hacia las profundidades de este complejo entretenimiento: conoció a Rubén, el papá de uno de los muchachos, un adulto que competía en torneos de Scrabble y que lo tomó como discípulo al verlo jugar.
El hombre miraba los partidos y corregía a los adolescentes. A todos les molestaba, menos a Moavro. “Yo le empecé a pedir que me explicara y a él le encantó enseñarme”, cuenta.
Pero pronto dejó de jugar. Formó una familia y se movió mucho por su trabajo: vivió en Brasil, Montevideo, Rosario, tuvo hijos. A los 40 volvió a Buenos Aires y se anotó por primera vez en un torneo de la Asociación Argentina de Scrabble. Salió tercero en la categoría C. Nada mal para un principiante con talento.
“Lo apasionante del Scrabble es que si bien tiene algunos aspectos azarosos, no hay mala suerte. Hay malas jugadas”, dice, y explica “la teoría del quejoso”. “Está basada en el chiste que dice que cuando uno gana es por talento y cuando pierde, mala suerte. ‘Perdí por mala suerte, para qué voy a estudiar si total el Scrabble es un juego de azar’. Si hacés eso vas a jugar cada vez peor. En cambio si te ponés a estudiar, a analizar las cagadas que hiciste, qué cambié mal, por qué no sabía la palabra, o cómo conté mal las letras, podés jugar cada vez mejor y transformás la queja en un aprendizaje. Te sirve para el juego y para la vida”, sonríe.
Con esa determinación, Horacio se convirtió rápidamente en un jugador competitivo. Sin embargo, en su primer mundial, en 2004 en Panamá, le fue muy mal. Quedó debajo de la mitad de la tabla. No le gustó nada. “Hay un campeón de golf que decía ‘cuánto más me entreno más suerte tengo’”, remarca. La campeona del mundo ese año fue una argentina, Claudia Amaral.
Moavro quería transformar el Scrabble en un método científico. “Yo quería pasar del nivel competitivo al científico. Sistematizarlo como el ajedrez. Con apertura, medio juego. El ajedrez nos lleva 5.000 años de historia y hay una biblioteca, pero quería buscar la forma”, explica.
Entonces con Amaral fueron a ver a una psicóloga especialista en Alzheimer, también jugadora de Scrabble, quien le enseñó a Horacio un método para aprender largas listas de palabras. “Nos enseñó varias técnicas. A Claudia no le sirvió por la forma de jugar que tiene pero a mí sí”, cuenta.
Entonces Horacio empezó a hacer listas para incorporar variedad de palabras: “Por ejemplo, verbos de siete letras por orden alfabético. A cada una le asigno un número y una imagen. Entonces el verbo está ligado a la imagen. Y después, repetir, repetir, repetir. Si me encontrabas en un bar, podías pensar que estaba rezando el rosario, hablando solo, pero no, estaba repitiendo verbos”.
Otro ejemplo: “Tengo verbos de ocho letras que empiezan con A, primera conjugación: abacorar, abarañar, abatanar, abemolar, abicelar, ablentar, abroncar, abieldar”, recita de memoria. “Ahora, eso lo hice en 2004. Hacer la lista es un trabajo mecánico, aburrido, pero fácil. Después hay que estudiarlos. Con esta chica empecé a tener forma de estudiarlo y durante varios años estudié verbos.
Tres mil verbos. Asocio el verbo a una imagen. El 1 de la lista es un cactus, dos es un auto. En el momento oportuno tenés que saber que el verbo existe y jugarlo”. Lo dice como si fuera fácil. Pero Moavro es uno de los mejores jugadores de Argentina. “Yo tengo el diccionario en la cabeza y busco ahí con las letras que tengo en el atril”.
El problema, aclara, es cuando a la Real Academia se le ocurre tocar el diccionario. “Si agrega palabras no te cambia nada, te hace más larga la lista de lo que no sabés. El problema es cuando quitan palabras. Desaprender un verbo conocido es un doble problema”.
Moavro inventó la técnica de asociar palabras con cosas. Pero cada jugador tiene su forma. El neozelandés Nigel Richards, considerado el mejor de la historia, ganó el Mundial en inglés en 2007, 2011, 2013, 2018 y 2019. En busca de motivación, se aprendió el diccionario francés y, sin hablar francés, ganó el campeonato del mundo en esa lengua.
“Hace unos años salieron primero y segundo en inglés dos tailandeses que no hablan inglés, y estudiaban la lista de palabra como si fueran colores. Humillaron a todos los yanquis, ingleses, canadienses, australianos”, cuenta Horacio maravillado con la capacidad cognitiva de sus colegas.
Richards es ahora una amenaza para Moavro y todos los jugadores top del ranking de Scrabble en español. “Estuvimos en 2016 con él, que se hizo el Mundial en Francia compartido entre inglés, francés y español. Y nos dijo que está estudiando español para competir en español. Olvidate, nos va a ganar a todos. Iba a competir este mundial y avisó que no venía porque no había terminado de estudiar el diccionario. Va a jugar el año que viene y nos va a matar a todos”, repite Horacio, resignado como al que le toca marcar a Messi.
El método que buscó y encontró para aprender palabras como una computadora llevó a Horacio Moavro a la cima del universo de jugadores de Scrabble. Le pregunto si es mejor ser un especialista en Letras o Filología, conocedor del idioma, o tienen ventaja los que vienen de las ciencias duras, capaces de analizar estadística, combinaciones posibles, suma de puntos. No duda. “Ciencias duras”, responde.
- Los que vienen de las Letras tienden a hacer palabras floridas, bonitas, vistosas, pero de pocos puntos. Los que venimos de ciencias duras, tenés que contar, duplicar, porcentajes de chances de que saques vocales, números, hay que hacer cuentas. Los mejores jugadores vienen de ahí. Serge, bueno, es profesor de tenis, es un loco suelto. Pero los mejores son de Ciencias de la Administración, hay un agrimensor, y varios de los que están arriba en el ranking son de Sistemas.
- ¿Tips para jugadores nivel familiar?
Las palabras de dos letras hay que saberlas. La mayoría las sabés: Lle, za, esas sirven. O ja, je, ji, jo, ju, esas valen todas. O aj, que es “asco”. Uf y uy también valen.
- ¿Nada más?
- Bueno, el comodín no se desperdicia, salvo que sea para hacer scrabble o alguna combinación que te dé muchos puntos. Si no, es un desperdicio. Hay dos comodines, probablemente salga uno para cada uno, y hay que usarlo lo mejor posible.
Ox por ejemplo, es una palabra válida. Quiere decir “voz usada para espantar a las gallinas”, sic del diccionario.
Horacio Moavro hace un mínimo silencio y la cara se le pone como a un niño. Sonríe y lanza: “Un poco de humor scrabblístico: el otro día vi una gallina y le dije ‘¡Ox, ox!’ y no se espantó. ¿Por qué? Porque la gallina no estudia el diccionario”.
-----------------------------------------
Información enviada por: Carolina Reyes.
Gracias a Hilda Galindo.
Tomada de: aquí - Infobae.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario