El cura hisopaba los arres de los pemonas para que no fueran ñeclas y nadie los befara. El diarero que le servía de acólito leía crónicas bachianas y tenía en una jaula de tántalo un hermoso guatiní o tocororo. Lo único que tenían en común era la religiosidad pueblerina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario