Relato que nos obsequia, Yezid Cabrera, escrito por María Alejandra.
A través de las estrechas ventanas del sótano en el que se encontraba su lugar de trabajo, entraban unos escasos rayos de luz solar que eran indicio de que iba a hacer un buen clima a lo largo del día. Dio unos pasos hasta que la calidez impactó con el dorso de su mano, pero la penumbra que encerraba a su corazón no le permitía sentirse en armonía con lo poco que lograba divisar del radiante exterior.
Contempló con decepción el último experimento fallido que yacía sobre la camilla de hospital de colores opacos debido al constante uso de la misma, y con poco más que un suspiro, procedió a usar los guantes de cirugía para tirar el experimento fallido de hace unos días. Parecía que el estar constantemente expuesto a fuertes olores había logrado dañar su sentido del olfato, puesto que no sentía molestia alguna incluso si acercaba su cara a la putrefacta carne que se observaba perforada por blancos y pequeños gusanos, aun así prosiguió a ponerse el tapabocas para cumplir con el protocolo rutinario.
Con resignación empezó a preparar los instrumentos quirúrgicos, y no pudo evitar evocar recuerdos de su antiguo trabajo en el que eran las enfermeras bajo su mando las que limpiaban el área mientras él observaba el paciente tendido bajo una pulcra sábana color verde considerando cual sería la mejor manera de proceder. Sacudió la cabeza con fuerza suficiente para nublarle la visión, pero al menos logró sacar esa idea de su pensamiento, de igual manera no necesitaba recordar un trabajo dispendioso y mal pago… aunque honrado. Da igual, tenía que pensar primero en la situación actual de su amada.
Abrió la pequeña nevera y contempló su contenido por unos minutos alienado hasta que se decidió a sacar lo que la operación final requería. Podía sentir como cada parte que pasaba por sus manos parecía emitir violentos latidos, pero probablemente fuera la falta de sueño lo que le hacía experimentar esa sensación, o al menos eso era lo que esperaba.
Se acercó con pasos lentos y pesados a la jaula que contenía un pequeño animal, quien enseñaba los dientes para intentar alejar al cirujano, pero que a su vez demostraba en sus ojos el vivido terror que estaba sintiendo en ese momento. Inmediatamente sobre los barrotes superiores se encontraban tres imágenes que observaba cada vez que se preparaba para realizar un sacrificio.
Su mirada pasó por la foto en la que había quedado plasmado el día de su graduación como médico junto a su padre, uno de los mejores y más honrados cirujanos, pero sobre todo, su modelo a seguir. Luego leyó rápidamente el contrato que lo mantenía prácticamente preso en el sótano en el que se encontraba y que lo obligaba a cometer todo tipo de atrocidades. Los ojos le escocían al ver al animal, no podía evitar sentirse identificado con el mismo, atrapado e impotente. Pero trabajo es trabajo, así que antes de quitar el cerrojo, sus ojos recorrieron de arriba abajo la última foto de la secuencia; foto que mostraba su bondadosa esposa poco antes de que esa maldita enfermedad la empezara a consumir viva.
Para no alargar el sufrimiento, insertó con fuerza una jeringa de tamaño considerable en la columna vertebral del animal desde la seguridad que le brindaba estar fuera de la jaula y por ende, lejos de las fauces del mismo. El líquido fluyó a través de la aguja y se incorporó con rapidez en el torrente sanguíneo, hasta calmar los desbocados latidos del corazón comandados por la adrenalina que preparaba al cuerpo para para atacar. Luego de unos minutos que parecieron eternos, el animal desfalleció sobre el suelo casi como si estuviera muerto, por lo que el cirujano sabía que debía actuar con rapidez si lo que quería era salvar el corazón.
Descargó el cuerpo inconsciente que lucía totalmente indefenso bajo la palidez blanquecina de la luz emitida por el tubo fluorescente, que a su vez parecía flotar a corta distancia del techo. Con un bisturí poco afilado rasuró el pelaje de la zona del pecho y con un instrumento parecido, se abrió paso a través de los tejidos hasta estar cara a cara con el escarlata interior. Sin ser consciente de sus acciones, situó una mano sobre su propio pecho, ensuciando la bata de sangre mientras que en la otra sostenía aquel órgano vital que no le pertenecía pero que se encontraba en su posesión.
Cayendo en cuenta de lo que estaba haciendo, prosiguió con la cirugía. Apartó el cuerpo del animal que se enfriaba con cada segundo que pasaba, asqueado de sí mismo y viéndose reflejado en aquel ser por segunda vez.
Partes de otros cuerpos que había unido en los días previos ya se encontraban a temperatura ambiente, por lo que la pieza faltante era el corazón. Con el órgano en mano, se acercó a las fotos y las descolgó una a una, solo podía pensar en lo que había sido su vida hace tan solo unos meses atrás y en como todo había cambiado. No importaba nada a estas alturas, lo importante es que podría salvar a su amada, la persona que atesoraba por sobre su propia vida y por la que decepcionaría al que hiciera falta con tal de que viviera. Pidió perdón para sus adentros, sabía que si su padre lo viera en ese estado se decepcionaría por la manera en la que había decidido usar sus conocimientos. Si tan solo supiera que la persona que decían que iba a ayudarlo a mejorar su vida era la que inconscientemente la había terminado… pero no, no era culpa de ella, él había decidido salvarla y eso era lo que iba a hacer ahora. Esperaría a que su creación despertara y acabara con él pedazo a pedazo, quizá sentir su propia sangre y órganos en contacto con su piel le devolverían la sensación de calidez que la enfermedad de su esposa les había arrebatado a sus vidas.
Junto a la puerta, sobre las fotos teñidas de sangre, se encontraba una carta con sus últimos deseos, su prioridad siempre fue y siempre será ella, así que no le importaba si solo uno de los dos vivía. Siempre y cuando el dinero fuera usado para la cirugía que la salvaría, todo estaría bien. Cerró los ojos y por fin pudo descansar escuchando los gruñidos hambrientos de la criatura creada que recién comenzaba a despertar.