Rogelio Ribas, se recuperó de una aneurisma cerebral y es campeón nacional de scrabble
En su amplio living del departamento ubicado en Barrio Norte resaltan una colección de libros de Domingo Faustino Sarmiento, algunas fotos familiares pero principalmente los trofeos que obtuvo desde que empezó a jugar al scrabble, tratando de dejar atrás las fuertes secuelas que le dejó la aneurisma cerebral que sufrió a los 28 años. “No conozco la palabra resiliencia”, dice, mientras lo confirma segundos después en un diccionario de la Real Academia Española.
Minutos antes de contar su historia, Rogelio Ribas (49) se emociona mientras observa una vez más el video en youtube que describe el momento en el que se consagra campeón nacional de scrabble y le dedica –con ironía- el título a un especialista que había destrozado sus ilusiones de volver a empezar.
Cambio de vida
Rogelio vivía sólo, le restaban sólo cuatro finales y la tesis para recibirse de físico en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Por aquellos días se ganaba la vida trabajando como docente en la Facultad. Tenía 28 años y estaba en pareja con una chica 10 años menor que él.
Él confiesa que no se acuerda nada de lo que ocurrió aquella noche que marcaría un antes y un después en su vida. Dice que todo lo que sabe es porque se lo contaron.
Aparentemente estaba con su novia en medio de un acto sexual. En un determinado momento comenzó a sentir un dolor muy fuerte de cabeza. Salió corriendo al baño y metió todo su cuerpo en medio de la ducha fría para ver si ese sufrimiento cesaba. De tan asustada que estaba, su novia llamó a la familia que lo llevó inmediatamente a una guardia donde le realizaron estudios que arrojaron que tenía una aneurisma cerebral y que debían intervenirlo con urgencia. “Un doctor me dijo que tenía 50% de posibilidades de morir y un 30% de quedar con secuelas motrices pero yo no era conciente de lo que me estaba pasando y hacía chistes”, rememora según lo que le contó en aquel momento su hermano.
Tras regresar a la habitación luego de ser operado, Rogelio deliraba y entre otras cosas decía que había una guerra entre la Argentina y Chile y pedía por su madre que había fallecido cuatro años atrás.
En esos momentos comenzó a olvidarse “instantáneamente de todo” y llegó a pensar que estaba soñando, síntoma que le duró aproximadamente dos años.
“Era muy raro lo que me pasaba, de un día para otro, yo no podía aceptarlo y me di cuenta que era una pesadilla. Me angustiaba tanto que me iba a dormir con toda la ilusión de despertarme y que el sueño ya se me hubiera pasado. Pero cuando despertaba todo seguía igual y era una angustia terrible”.
Rogelio cuenta que en esos días sus delirios aumentaban. Llegó a decir que la comida que le daban para comer estaba envenenada y dejó de ingerir alimentos. Según le explicaron algunos especialistas, la falta de irrigación en áreas del cerebro y la ausencia de oxígeno en algunas de las neuronas motivaron esos comportamientos y la pérdida de la memoria a corto plazo.
Como lloraba todo el día y se tornaba “inmanejable” para su familia, lo internaron dos meses en un neuropsiquiátrico para tenerlo más contenido y estabilizado. Al salir, vivió un tiempo con su padre y más tarde con uno de sus hermanos. Pero la recuperación no fue fácil.
Rogelio cuenta que al principio sus amigos estuvieron cerca de él, pero a medida que se dieron cuenta que el tiempo pasaba y él seguía igual se fueron alejando al igual que su novia.
“Me sentía sólo y con una fuerte necesidad intelectual. No podía leer porque leía un primer capítulo y enseguida me olvidada quiénes eran los personajes. Tampoco podía observar una película porque a los 10 minutos yo no sabía si ese personaje había aparecido o no”, gráfica.
Fue en ese momento que comenzó a ejercitar con crucigramas de manera “compulsiva” para sentirse activo ya que para esa tarea no necesitaba de la memoria de corto plazo (la que había perdido) sino que los completaba con todos los conocimientos que había adquirido antes de la aneurisma.
Siete meses después, Rogelio continuaba con su problema a cuestas y por recomendación de un familiar solicitó un turno con un especialista del instituto Fleni. Luego de realizarle una serie de estudios, cuenta, el médico le dijo: “Qué es lo qué querés saber, yo te voy a contestar sin pelos en la lengua”. Rogelio le contestó que deseaba saber si en algún momento se iba a curar y si iba a poder finalizar su carrera en la UBA. “No solamente que no vas a poder terminar la carrera, sino que no vas a poder hacer nada que requiera un mínimo esfuerzo intelectual porque tenés medio cerebro quemado”, dijo que le contestó el doctor.
En ese instante, Rogelio sintió haber escuchado su propia sentencia de muerte. Se deprimió mucho y hasta pensó varias veces en quitarse la vida. Sin embargo, no lo hizo. “Después que pasó un tiempo, tomé ese incidente como un desafío para demostrarme y demostrarle a esa persona que estaba equivocada. No iba a tirar la toalla tan fácilmente”.
Ese juego que le salvó la vida
Con el antecedente de haber resuelto miles de crucigramas en aquellos días donde todo era tristeza, pensó en la posibilidad de comenzar a jugar al scrabble. Primero lo hizo en varios foros de Internet hasta que una persona le recomendó que si de verdad le apasionaba tanto este juego podía formar parte de la Asociación Argentina de Scrabble.
De esta forma no sólo se empezó a familiarizar con el juego, sino que también comenzó a conocer gente después de tanto tiempo de sentirse aislado sin un grupo de referencia.
Rogelio se animó a participar del primer campeonato nacional en 2008 y no le fue del todo bien. Sin embargo, al año siguiente volvió a intentarlo y obtuvo el certamen en el que compitió junto a otras 80 personas de todo el país.
“Estaba temblando. Sentí una alegría indescriptible, no lo esperaba nunca. Quería hacer un buen papel y me emocioné hasta las lágrimas, fue como una superación y una especie de venganza y revancha contra todos los que decían que no podía hacer nada. El scrabbel me salvó la vida”, se desahoga.
Rogelio cuenta que en la final derrotó a un hombre de Capital Federal por 2 a 1 (siempre se juega al mejor de tres para evitar la influencia del azar) y nunca olvidará la ovación que se llevó de todos los presentes en el momento que formó la palabra urajeado (que hace referencia al grito del cuervo, según explica) que a la postre le significó el triunfo final.
Esa noche recibió por parte de la Asociación un trofeo y dinero en dólares para pagarse el viaje al mundial que se disputó ese mismo año en la Isla Margarita en Venezuela. “La pasé bárbaro pero no me fue muy bien”, dice entre risas.
Si bien continúa con su problema de la memoria, desde el momento que se consagró campeón su vida comenzó a cambiar. Actualmente se encuentra dando clases particulares de física a chicos en edad de secundaria y ciclo básico de la universidad. También trabaja en la producción de un programa de televisión que tiene su padre en un canal de cable.
Además, fue contratado por la Asociación Argentina de Scrabble como instructor en la modalidad duplicado del juego, un sistema en el que los oponentes juegan mano a mano con las mismas letras.
“La verdad que estoy muy contento porque cada vez viene más gente a mis clases. Cada 15 días tenemos campeonatos y después nos juntamos en la semana a charlar y a jugar en alguna confitería. Son todos muy macanudos, tienen muy buena onda y eso me hace sentir muy bien”.
ESTA ENTREVISTA FORMA PARTE DEL LIBRO “VIDAS QUE ENSEÑAN” (EDITORIAL DEL NUEVO EXTREMO) y por entero la copie de: aquí